El Tibet, un lugar mítico.
Pero una vez allí ves que los mitos se desvanecen.
Es un sitio con un encanto muy especial.
Se respira en Lhasa un ambiente de "espiritualidad" típico de un lugar sagrado, un lugar al que peregrinan miles y miles de personas, muchas caminando, desde muy lejos.
Pero esas miles de personas también comen y necesitan alojarse y generan un tipo de turismo que deja aceptables ingresos en la ciudad.
Y en los monasterios.
Todos los peregrinos (por modesta que sea) hacen una ofrenda, ya sea mantequilla (muy valiosa y lo mas tradicional) o billetes de yuanes.
La ciudad esta viva, vibrante y recuerda a Santiago de Compostela en el Jubileo o a Benares.
Pero a la vez que mágica la ciudad se muestra dura.
Su gran altitud hace difícil respirar.
La higiene no es la mejor de sus características.
Suele hacer frió.
Y resulta casi imposible entenderse con la gente
Estar al atardecer en el Barkhor viendo a miles de personas caminar por las calles estrechas, rodeando, siempre hacia la derecha el templo de Jokhang, es sobrecogedor.
Por ese momento, ya merece la pena visitar el Tibet
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POTALA
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